CITA
SOLO EL AMOR ES DIGNO DE FE. TODO LO DEMÁS ES CIRCUNSTANCIAL.
Clemente de Alejandría “En su gran amor por la humanidad, Dios va tras el hombre como la madre vuela sobre el pajarillo cuando éste cae del nido; y si la serpiente lo está devorando, revolotea alrededor gimiendo por sus polluelos (cfr. Dt 32, 11). Así Dios busca paternalmente a la criatura, la cura de su caída, persigue a la bestia salvaje y recoge al hijo, animándole a volver, a volar hacia el nido” Protréptico, 10.
Isaac de Stella ¿el hombre que entra en sí mismo, no se descubrirá lejos, como el hijo pródigo, en una región distinta, en una tierra extranjera, en la que se sienta y llora con el recuerdo de su padre y de su patria?… Sermón 2 por Todos los Santos n. 13-2
san Juan Crisóstomo: Si no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del perdón.
Tomás de Aquino decía que “a Dios no podemos ofenderlo a menos que actuemos contra nuestro bien”.
SANTA TERESA DE LISIEUX, “¡Qué dulce alegría la de pensar que el Señor es justo, es decir, que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza! ¿Por qué, pues, temer? El buen Dios, infinitamente justo, que se dignó perdonar con tanta misericordia las culpas del hijo pródigo, ¿no será también justo conmigo, que estoy siempre junto a Él?” Historia de un alma, 8.
Benedicto XVI Pero el significado de este hermano mayor es aún más amplio. En un cierto sentido, representa al hombre devoto, es decir, a todos los que se han quedado con el Padre sin desobedecer nunca sus mandamientos. En el momento en que el pecador regresa, se despierta la envidia, este veneno escondido hasta entonces en el fondo de su alma. Predicado en el Vaticano, 1983.
Romano Guardini, «La justicia es buena, es el fundamento de la existencia. Pero hay algo por encima de ella, se trata de la bondad de un corazón libre y abierto. La justicia es trasparente, pero un paso más y se hace fría. La bondad, por el contrario, a condición de ser auténtica, cordial, fruto del carácter, calienta y libera. La justicia pone orden, pero la bondad crea…
¡Ay del hombre que sólo quiera vivir en la justicia! ¡Ay del mundo donde sólo reine la justicia! (Le Seigneur I, p. 293-94).
San Juan Pablo II Tened la valentía de alcanzar la gracia de Dios por medio de la Confesión Sacramental. ¡Esto os hará libres! Que el Espíritu Santo os conceda la gracia de un sincero arrepentimiento, de un firme propósito de la enmienda y de una sincera confesión de las culpas.
FRANCISCO Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos acoge, nos restituye la dignidad de hijos suyos, y nos dice: «¡Ve hacia adelante! ¡Quédate en paz! ¡Levántate, ve hacia adelante!». Ángelus 2016
Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de lamisericordia del Padre. Misericordiae Vultus, 17.
¿El peligro cuál es? Es que presumamos de ser justos, y juzguemos a los demás. Juzguemos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarles a muerte, en lugar de perdonar. Entonces sí que nos arriesgamos a permanecer fuera de la casa del Padre. Ángelus 2013
Rainiero Cantalamesa También ocurre hoy. Ciertos grupos ultraortodoxos consideran automáticamente herejes a cuantos no piensan exactamente como ellos.
Enrique Martínez Lozano el tesoro está dentro de nosotros, pero lo buscamos afanosamente fuera; siempre estamos en casa, pero lo ignoramos.
CHISTE
Estos son dos hermanos, que duermen en una litera y el de arriba empieza a rezar:
– Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María y el Espíritu Santo.
En eso que se cae de la litera y el de abajo le dice:
– Eso te pasa por dormir con tanta gente!!!!
POEMA
Como hijo te avergoncé al irme de tu casa;
dije que no eras buen padre,
que mi autosuficiencia bastaba.
Me lancé a nuevos rumbos
desconocidos, deslumbrantes,
sin sentido me dote malgastaba,
y tu esperabas a lo lejos a este hijo sin casa.
No importa si soy un hijo, si esclavo me llamas;
no importa si soy siervo si puedo vivir en tu casa,
mi camino de regreso, doloroso se tornaba
al ver todas las posadas, donde mi alma
había sido saqueada.
Con caminar apesadumbrado,
me acercaba a tu casa
con mil argumentos que mi mente preparaba.
Yo no te veía aún, pero tu a lo lejos me mirabas;
reconociste en la sombra al hijo que amabas,
y saliste corriendo, y mi camino se acortaba;
yo lloraba de vergüenza, tu de felicidad llorabas.
Esa tarde hablaban mis ojos:
¡perdóname!, no, no digas nada.
Y un abrazo profundo constreñía
entre tus brazos mi alma;
enjugando mis lágrimas y penas
mientras al oído me susurrabas: No llores, es una fiesta.
¡¡Tu eres mi Hijo y esta es tu casa!!
Poema, de autor desconocido indio.
CONTO
En una novela suya, Dostoiewski describe una escena que tiene todo el ambiente de una imagen real. Una mujer del pueblo tiene en brazos a su niño de pocas semanas, cuando éste –por primera vez, dice ella- le sonríe. Compungida, se hace el signo de la cruz y a quien le pregunta el por qué de aquel gesto le responde: «De igual manera que una madre es feliz cuando nota la primera sonrisa de su hijo, así se alegra Dios cada vez que un pecador se arrodilla y le dirige una oración con todo el corazón» ( L’Idiota , Milano 1983, p. 272).
Una oveja descubrió un agujero en la cerca y se escabulló a través de él.
Estaba feliz de haber escapado. Anduvo errando mucho tiempo y acabó desorientándose. Entonces, se dio cuenta de que estaba siendo seguida por un lobo. Echó a correr y a correr… pero el lobo seguía persiguiéndola hasta que llegó el pastor, la salvó y la condujo de nuevo, con todo cariño, al redil.
Y a pesar de que todo el mundo le instaba a lo contrario, el pastor se negó a reparar el agujero de la cerca.
“El canto del pájaro” de Anthony de Mello.
LA PUERTA PEQUEÑA
En los alrededores de la estación central de una gran ciudad, se daba cita, día y noche, una muchedumbre de desechos humanos: barbudos, ladronzuelos, drogadictos… De todos tipos y colores.
Se veía muy bien que era gente infeliz y desesperada: barbas sin afeitar, ojos con legañas, manos temblorosas, harapos, suciedad…
Más que dinero, aquella gente necesitaba consuelo y aliento para vivir; pero esas cosas hoy no las da ya casi nadie.
Entre todos, llamaba la atención un joven, sucio, de pelo largo
mal cuidado, que daba vueltas entre los pobres náufragos de la ciudad como si él tuviera una balsa personal de salvación.
Cuando le parecía que las cosas iban verdaderamente mal, en los momentos de soledad y de la angustia más negra, el joven sacaba del bolsillo un papel grasiento y consumido, y lo leía. Después lo
doblaba con mimo y lo metía de nuevo en su bolsillo. .Alguna vez lo besaba, lo estrechaba contra su corazón o se lo llevaba a la frente. La lectura de aquella pobre hoja de papel surtía un efecto inmediato. El joven parecía reconfortado, enderezaba los hombros y recobraba aliento.
¿Qué decía aquella misteriosa hoja de papel? Únicamente seis breves palabras: «La puerta pequeña está siempre abierta».
Era todo.
Era una nota que le había mandado su padre. Significaba que había sido perdonado y que podía volver a casa cuando quisiera.
Y una noche lo hizo. Encontró abierta la pequeña puerta del jardín, subió la escalera silenciosamente y se metió en la cama.
Cuando, a la mañana siguiente, se despertó, junto a su lecho le miraba complacido su padre. En silencio, se abrazaron.
Ernest Hemingway escribió una conmovedora historia titulada “La Capital del Mundo”.
Cuenta la historia de un padre que quería reconciliarse con su hijo que se había escapado de casa y se había ido a Madrid. Para localizarlo puso un anuncio en el periódico El Liberal que decía: “Paco, te espero en el hotel Montana a mediodía, el martes. Todo está perdonado. Te quiero. Tu padre”.
Siendo tan popular el nombre de Paco, cuando llegó a la puerta del hotel encontró a 800 muchachos llamados Paco esperando a su padre.
Un cura después de su muerte se apareció en sueños a uno de sus feligreses y éste le preguntó: «¿Cómo se juzgan los pecados de la juventud en el cielo? «No son juzgados con gran severidad», le contestó el cura, «pero la falsa piedad y la obediencia servil sí son juzgadas con gran severidad».
UNA FÁBULA PRECIOSA.
Una Señora, había tenido la desgracia de
casarse con un hombre irresponsable. Al año y medio se quedó sola porque él se marchó con otra y no dio más la cara. Ni sabe si está vivo o muerto. Pasaron los años y ella encontró un hombre en su camino que la comprendió y la amó. Claro, su situación era religiosamente irregular en la Iglesia. No podía confesarse ni comulgar. Al tiempo, ya mayor, se murió. Y sintió que un ángel que hacía de taxista la recogió y la llevó a la puerta del cielo. Ella se asustó, porque ¿cómo iba a entrar ella en el cielo si toda su vida no había comulgado ni se había confesado? Le habían dicho que ella estaba en pecado. Cuando volteó la cabeza, se dio cuenta de que el taxista desapareció. Asustada, a la puerta del cielo, no sabía que hacer.
No se sentía digna de tocar el timbre, pero tampoco sabía adónde ir. De repente se abrió la puerta y era Jesucristo. Ella lo reconoció y él también a ella. Pasa, María, ¿qué haces ahí fuera tiritando de frío? Entra.
Lo pobre María, asustada, trató de explicarle. Pero, Señor, yo….
Ya sé, ya sé… Tú no comulgabas ni te permitían confesarte. Ya lo sé todo. Entra.
Nada más cruzar el umbral de la puerta, sintió que desde dentro la recibían con un estruendoso aplauso. “¡Señor, no entiendo nada!”.
Claro que no entiendes, pero yo si lo entiendo.
“Es que yo estaba casada irregularmente, y no podía….”
Mira, ¿recuerdas aquella chica sudafricana que, por necesidad económica, se prestó a llevar de Lima a Madrid tres kilos de cocaína y la pescaron en el aeropuerto? Sin juicio alguno, la metieron a la cárcel. No tenía a nadie. Era la gran desconocida de todos. Sólo se sabía que era de Sudáfrica.
¿Y recuerdas cómo tú fuiste la única que vino a verme, a
hacerme compañía, a levantar mi espíritu, a darme una palabra de aliento?
¿Y recuerdas a aquella otra chica, chilena, que le sucedió lo mismo?
¿Y recuerdas que tú venías por las tardes a vernos, a alentarnos y a traernos cosas porque allí no teníamos nada?
¿Y recuerdas que cuando salí de la cárcel me quedé en la puerta, con ganas de reingresar de nuevo, porque fuera no tenía a nadie más que la calle? Y tú apareciste allí con tu coche. Y me llevaste a tu casa. Y esa noche y no sé cuantas más pude cenar contigo y dormir rico en una cama limpia.
¿Y recuerdas todo lo que tuviste que hacer para conseguirme mis nuevos documentos para que pudiera regresar a mi tierra?
Ya sé que no podías comulgar en la Iglesia con los demás. Y tú sabías la razón. Pero luego comulgabas conmigo en la cárcel, cada vez que nos visitabas, y cada vez que nos traías cosas, y cada vez que nos hospedabas en tu casa. ¿No recuerdas lo que un día alguien te dijo de que “te estabas metiendo en asuntos que podían traerte problemas”?
¿Recuerdas a aquel hijo que malgastó toda la fortuna de su padre? También se sentía indigno de regresar a casa. Tenía miedo a que le echaran fuera a patadas y no le abrieran la puerta. Tenía miedo a la reacción que su padre pudiera tener contra él.
Y hasta preparó su sermoncito para ganarse el corazón de su padre.
Y no puedo decírselo, porque los brazos de su padre llegaron a su cuello antes que pudiera decir ni palabra.
Y su padre hizo fiesta. Hizo jarana. Armó un bailetón.
Claro. Tuvo la suerte de que a la puerta estaba su padre. No su hermano.
Porque su hermano era “demasiado bueno” para entender el corazón del padre.
Para entender su regreso.
Y su padre lo sabía. Por eso fue el padre el que, desde el día que se fue, custodió la puerta, para que nadie impidiese su regreso a casa. Los padres nunca perdemos la esperanza del regreso a casa.
¿Lo entiendes ahora?
Tomado del P. Juan Jáuregui Castelo
ANÉCDOTA
Durante el Sínodo de Obispos en Roma, del año 1980. En el aula se había hablado con mucha dureza de los problemas de los casados. Mientras tomaba un café el Cardenal Hume, se acercó otro Obispo que le dice con una gran pena: “¡Eminencia, qué mal la van a pasar los casados cuando lleguen al cielo!” El Cardenal Hume, con aquel humor que le caracterizaba, le respondió sonriéndose: “Monseñor, venga tomemos un café tranquilos.
¿Usted cree que en el cielo van a tener en cuenta todo lo que hemos hablado esta mañana? Ninguno de nosotros va a ser el portero. Usted sabe muy bien quién es el portero del cielo”.
Tomado del P. Juan Jáuregui Castelo
CANTO
vuelve a casa cristobal fones
vuelve a casa lilly goodman
Un Corazón – Pródigo