E Algo + no Domingo XXXII

CITA

S. Agustín: “si extiendes  la mano para dar, pero no tienes  misericordia en el corazón, no has hecho nada. Pero si tienes misericordia en el corazón, aunque no tuvieres nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”

San Juan Crisóstomo, Pues tú también, según tus fuerzas, cierra las puertas al hacer limosna y sólo la conozca el que la recibe, y, si fuere posible, ni ése. Mas si las abres de par en par, profanas tu misterio…apartémonos de la vanagloria y sólo amemos la gloria de Dios. Homilía 71.

San León Magno, “En la balanza de  la  justicia  divina  no  pesa  la  cantidad  de  dones,  sino  el  peso  de  los  corazones.  La  viuda  del Evangelio  depositó  en  el  arca  del  templo  dos  monedas  y  superó  todos  los  regalos  de  los  ricos. Ningún acto de bondad carece de sentido ante Dios, ningún acto de misericordia permanece sin fruto (Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3).

Santa Teresa “aun en esta vida los paga Su Majestad por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende” Vida, 4, 2.

santo Cura de Ars “Jamás será pobre una casa caritativa”. Sermón sobre la limosna.

Santa Teresa de Calcuta, Debéis dar lo que os cueste alguna cosa. No basta con dar solamente eso de lo que podéis prescindir, sino también de aquello de lo que no podéis ni queréis prescindir, aquellas cosas a las cuales estáis atadas. Entonces vuestro don llegará a ser un sacrificio precioso a los ojos de Dios… A eso yo le llamo el amor en acto. Obras: Un Camino muy simple

«Si das lo que no necesitas, eso no es dar».

San José Benito Cottolengo: “Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo” (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201).

San Josemaría Escrivá, Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des (Camino, n. 829).

San JUAN PABLO II, “Nuestra  humilde entrega –insignificante en sí, como el aceite de la viuda de Sarepta o el óbolo de la pobre viuda– se hace aceptable a los ojos de Dios por su unión a la oblación de Jesús” Homilía en Barcelona, 7-XI-1982.

FRANCISCO –No  es  cosa  de  billetera,  sino  de  corazón… Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperar nada a cambio. Ángelus 2015

Jalil Gibrán “Generosidad no es que me des aquello de lo que tengo más necesidad que tú, sino que me des aquello que tú necesitas más que yo” (Aire y Espuma).

S. Bernardo «Avaricia es vivir en la pobreza por miedo a la pobreza.»  –

Seneca «Compra solo lo necesario, no lo conveniente. Lo innecesario, aunque cueste solo un céntimo, es caro.»  –

Gonzalo Torrente Ballester «Cuando hay dinero por medio es muy difícil la libertad.» –

Lucio Anneo Seneca » El pobre carece de muchas cosas; pero el avaro, carece de todo. » – 

Marco Tulio Cicerón «Estar contentos con lo que poseemos es la más segura y mejor de las riquezas.» – 

CHISTE

Érase una vez un billete de cincuenta euros, éste le contaba sus aventuras a una moneda de cincuenta céntimos. Le decía: yo he ido a las carreras de caballos y al golf, he ido al fútbol y a los mejores restaurantes, sabes, me lo paso pipa. La moneda de cincuenta céntimos le escuchaba con envidia y le dijo: yo no he ido a ninguno de esos sitios de los que me hablas, pero no he faltado ningún domingo a misa.

Un domingo un niño miraba a su madre que echaba en el cestillo de la colecta una moneda de cinco céntimos. Cuando volvían a casa la madre criticaba el aburrido sermón del cura. El niño le contestó: ¿qué más puedes pedir por cinco céntimos?

ANÉCDOTA

MADRE TERESA Y 29 CÉNTIMOS

Un día bajaba yo por la calle; un mendigo se me acerca y me dice: «Madre Teresa, todo el mundo te hace regalos; también yo quiero darte alguna cosa. Hoy he recibido tan sólo veintinueve céntimos en todo el día y te los quiero dar.» Reflexioné un momento; si acepto estos veintinueve céntimos (que no valen prácticamente nada), él corre el riesgo de no poder comer nada esta noche, y si no se los acepto, le voy a dar un disgusto. Entonces, extendí la mano y cogí el dinero. Nunca jamás he visto sobre ningún rostro tanto gozo como en el de este hombre, por el mero hecho de haber podido dar algo a Madre Teresa ¡Se sintió muy feliz! Fue para él, que había mendigado todo el día bajo el sol, un enorme sacrificio el darme esta irrisoria cantidad con la que no se podía hacer nada. Pero fue maravilloso también porque estas pequeñas monedas, a las que renunciaba, llegaban a ser una gran fortuna porque habían sido dadas con tanto amor.

ANÉCDOTA DEL PAPA FRANCISCO

Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá estaba en el trabajo; estaban comiendo filetes empanados… En ese momento, llaman a la puerta y uno de los hijos —pequeños, 5, 6 años, y 7 años el más grande— viene  y  dice:  «Mamá,  hay  un  mendigo  que  pide  comida».  Y  la  mamá,  una  buena  cristiana,  les pregunta: «¿qué hacemos?». —«Démosle mamá…». —«De acuerdo». Toma el tenedor y el cuchillo y  les  quita  la  mitad  de  cada  filete.  «¡Ah,  no,  mamá  no!  ¡Así  no!  Dáselo  del  frigo».  —«¡No, preparamos  tres  bocadillos  con  esto!».  Y  los  hijos  aprendieron  que  la  verdadera  caridad  se  hace  no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro que esa tarde tuvieron un poco de hambre… Pero, así se hace

Ángelus 2015 y Homilías en Santa Marta

EL REY DE PRUSIA, FEDERICO GUILLERMO IV (1840-1861), preguntó cierta vez al jefe de una gran casa de banca: «Dígame usted en confianza, ¿a cuánto asciende su fortuna?» Aquel hombre tan rico respondió: «Majestad, hablando con el corazón en la mano, no poseo más que 4.000 marcos». «Me estáis burlando, caballero, repuso el Rey, 4.000 marcos los vale ya el caballo que tira de vuestro coche, ¿y vuestras casas y haciendas, que todos conocemos?» A lo que contestó el banquero: «No olvidéis, Majestad, que todo cuanto poseo puedo perderlo en una noche. Pero cuatro mil marcos que di a beneficio de los enfermos de un hospital, esto es lo único que no puedo perder. Es mi única riqueza estable.» El parecer de este banquero era exactísimo. Los bienes terrenos no hacen al hombre más rico, son sus buenas obras las que le enriquecerán por toda la Eternidad. Como ya nos dijo Jesucristo (Mateo, 6, 20), sólo los actos virtuosos son tesoros inmutables, y contra ellos nada podrán las polillas, ni el moho, ni las trazas y mañas de los ladrones. (Dr. Francisco Spirago, Catecismo en ejemplos (tomo III), Ed Políglota, Barcelona, 1931, pg. 92)

CONTO

Un monje andariego se encontró, en uno de sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó en su talega. Un día se encontró con un viajero y, al abrir su talega para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la dio sin más. El viajero le dio las  gracias y marchó lleno de gozo con aquel regalo inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y seguridad el resto de sus días. Sin embargo, poco después volvió en busca del monje mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó: «Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí». 

Cuentan que una parroquia hizo una colecta extraordinaria para pagar las obras de la iglesia. El domingo de la colecta los feligreses depositaban sus sobres en las bandejas y los ujieres observaron como una señora se quitaba un valioso anillo y lo echaba en la bandeja.

Terminada la misa la buscaron y le dijeron: ahí tiene su anillo, no lo necesitamos, hemos colectado suficiente dinero para pagar las obras.

La señora se lo dio de nuevo y les dijo: “No se lo he dado a ustedes, se lo he dado a Jesucristo”.

Érase una vez un cerdo y una gallina que iban de paseo por una de las calles del pueblo. Cuando llegaron a la altura de la iglesia leyeron el cartel que anunciaba para el siguiente domingo un rastrillo y un desayuno. En el desayuno se servirían huevos y jamón.

La gallina se dirigió al cerdo y le dijo: “Como ves también nosotros vamos a contribuir a las finanzas y a la caridad de la Iglesia”.

“Sí”, dijo el cerdo, “pero lo tuyo es sólo una pequeña contribución, lo mío es un sacrificio total”

CANTO

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