E Algo + no 6º Domingo de Pascua

CITA

San Agustín “In dubiis libertas, in necesariis unitas, in omnia charitas”, «En la duda libertad, en lo necesario unidad, en todo caridad».

“Amad a esta Iglesia, permaneced en la Iglesia, sed vosotros esta Iglesia”

“El Padre y el Hijo han querido que tengamos comunión entre nosotros y con ellos por medio de lo que es común en su seno y han querido reunirnos en unidad por ese mismo don que tienen en común entre ellos” (Ser. 71.12,18; PL 38,454).

“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!; he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba (…). Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me tenían lejos de Ti las cosas que, si no estuviesen en Ti, no serían. Tú me llamaste claramente y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste y curaste mi ceguedad” Confesiones, 10, 27, 38.

“¿Por qué andar corriendo por las alturas del firmamento y por los abismos de la tierra en busca de Aquel que mora en nosotros?” Tratado sobre la Trinidad 8, 17.

Paz es “tranquilidad en el orden” La ciudad de Dios, 19, 13, 1.

San Gregorio Nacianceno Nos debería dar vergüenza prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a dejar este mundo” Catena Aurea, vol. VI, p. 545.

Francisco de Sales El Evangelio en casi todas sus partes no trata sino de la paz, y así como empieza por la paz, termina con la paz. Sermón (21-04-1620)

San Máximo el Confesor: «Por tanto el que no ama al prójimo, no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento, no puede amar a Dios… El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina, no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor, su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie… El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia, y también en el recto uso de las cosas» (Centuria de la Caridad 1,16-17.28.40).

San Juan de la Cruz “¿Qué más quieres, ¡oh alma!, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción (…), tu Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca” Cántico espiritual, canción 1.

Vaticano II «con la ayuda del Espíritu Santo (…) camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios» (Dei Verbum, 8).

S. Josemaría Escrivá, “Cuando Dios te visite sentirás la verdad de aquellos saludos: la paz os doy…, la paz os dejo…, la paz sea con vosotros…, y esto, en medio de la tribulación” Cfr. Camino, n. 258

san Juan Pablo II (dos tipos de paz): Aquella que los hombres son capaces de construir por sí mismos y la que es un don de Dios. La primera es frágil e insegura, porque se funda en el miedo y la desconfianza. La segunda, en cambio, es una paz fuerte y duradera, porque fundándose en la justicia y en el amor, penetra en el corazón. (…) Cuando el hombre olvida su destino eterno y el horizonte de su vida se limita a la existencia terrena, se contenta con una paz ficticia, con una tranquilidad sólo exterior a la que pide la salvaguardia del máximo bienestar material que puede alcanzarse con el mínimo de esfuerzo. De este modo, construye una paz imperfecta e inestable, pues no está radicada en la dignidad de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios y llamada a la filiación divina. Vosotros jamás tenéis que contentaros con estos sucedáneos de paz; sería un grave error, cuyo fruto produciría la más amarga de las desilusiones (Discurso 24.III.1986).

Francisco, Tres palabras, no las olvidéis: Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Homilía (13-05-2013)

El mal nunca nos da paz; primero causa frenesí y después deja amargura. La voz de Dios, en cambio, nunca promete alegría a bajo precio: nos invita a ir más allá de nuestro yo para encontrar el verdadero bien, la paz.

“Cada cual, con su carisma y misión, somos iguales ante el Señor y somos necesarios en la Iglesia”

Dante Alighieri «En su voluntad está nuestra paz».

Hans Urs von Balthasar La Iglesia tiene que ser un ejemplo de paz en el mundo sin paz. Pero ha de superar en su interior ciertos problemas que provocan tensiones y que sólo pueden resolverse bajo la guía del Espíritu Santo, en la oración y en la obediencia a sus designios. Comentarios a las lecturas dominicales (A, B y C). Encuentro, Madrid, 1994

Khrisnamurti: “El secreto de mi paz es que no me importa lo que suceda”.

Robert Burton (1567-1640), clérigo inglés y profesor de la Universidad de Oxford: “Allí donde Dios tiene un templo, el diablo suele levantar una capilla”.

F. F. Carvajal ¿Por qué sentirnos solos, si el Espíritu Santo nos acompaña? ¿Por qué sentirnos inseguros o angustiados, si el Paráclito está pendiente de nosotros y de nuestras cosas?”.

Sufí persa:

Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma / eterna y universa. / ¿Dónde tu rostro reposa / alma que a mi alma das vida? / Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.

ORACIÓN

“¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, desciende sobre mí para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo! Que yo sea para Él una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio” (Beata Isabel de la Trinidad).

CONTO

DÓNDE ENCONTRAR A DIOS.

Un día Dios quiso venir al mundo. Pero quería pasar desapercibido. Sobre todo que nadie se enterara y menos los periodistas. Pero no sabía cómo hacerlo. ¿Dónde esconderse sin que pudiesen encontrarle?

Preguntó a los Angeles y éstos le dijeron: “Mira, Señor, vete al profundo del mar que allí nadie te buscará”. Pero otros dijeron. Es peligroso. Hoy mucha gente anda buceando.

Preguntó a los santos y los santos le respondieron: “Mejor te vas a la cima de las montañas y como están tan altas nadie se enterará. Además desde esas alturas podrás ver mejor la tierra”. Pero alguien reparó: ¿y si alguien está haciendo alpinismo? Hoy las montañas están llenas de escaladores. Ya no son seguras.

Entonces preguntó a un viejo sabio. Y éste le dijo: “Señor, el lugar más seguro para que nadie te busque allí es que te metas en el corazón de los hombres. Puedes estar seguro de que te buscarán por todas partes menos ahí”.

Anthony de Mello

El Maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la divinidad.

“Primero”, les dijo, “Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde permanecí una serie de años. Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi corazón quedó purificado de toda afección desordenada. Entonces fue cuando me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron cuanto quedaba en mí de egoísmo. Tras de lo cual, accedí al País del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de la vida y de la muerte”.

“¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda?”, le preguntaron.

“No”, respondió el Maestro. “Un día dijo Dios: «Hoy voy a llevarte al santuario más escondido del Templo, al corazón del propio Dios». Y fui conducido al País de la Risa”.

Anthony de Mello, Oracion de la rana

ANÉCDOTA

¿Qué harías si te dijeran que mañana se acaba el mundo? Algo así le preguntó a San Luís Gonzaga un compañero, mientras estaban jugando. El santo respondió: seguiría jugando.

Tras la última guerra, se publicó un libro titulado Las últimas catas de Estalingrado. Eran cartas de soldados alemanes prisioneros en la bolsa de Estalingrado, despachadas en el último envío antes del ataque final del ejército ruso en el que todos perecieron. En una de estas cartas, reencontradas acabada la guerra, un joven soldado escribía a sus padres: «No tengo miedo de la muerte. ¡Mi fe me da esta bella seguridad!».

RAINIERO CANTALAMESSA

DIA DEL ENFERMO

Raúl Follerau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un “gracias” cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano.

Cuando preguntó qué era lo que le mantenía a este leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y allí esperaba. Esperaba hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos un rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía también. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente.

Era –le explicaría, después el leproso- su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor.

“Al verla cada día –comentaba el leproso- sé que todavía vivo”.

No exageraba: vivir es saberse queridos, sentirse queridos. Por eso tienen razón los psicólogos cuando dicen que los suicidas se matan cuando han llegado al convencimiento pleno de que ya nadie les querrá nunca. Porque ningún problema es verdadero y totalmente grave mientras se tenga a alguien a nuestro lado.

Por eso yo no me cansaré de predicar que la soledad es la mayor de las miserias y que lo que más necesitan de nosotros los demás, no es nuestra ayuda, sino nuestro amor. Para un enfermo es la compañía sonriente la mejor de las medicinas. Para un viejo no hay ayuda mejor como un rato de conversación sin prisas y un poco de comprensión en sus rarezas.

Y, asombrosamente, la sonrisa –que es la más barata de las ayudas- es la que más tacañeamos. Es mucho más fácil dar un euro a un pobre que dárselo con amor. Y es más sencillo comprarle un regalo al abuelo que ofrecerle media hora de amistad.

¡Todo sería, en cambio, tan distinto si les diéramos cada día una sonrisa de amor desde la tapia de la vida!

A veces la mejor medicina es la cercanía, la comprensión cordial.

Un viejo militar francés fue gravemente herido en la última guerra mundial. Al explotarle una granada, perdió las manos y los ojos.

Luego fue diácono permanente, casado y con cinco hijos. Hablaba siempre con emoción de lo que le hizo cambiar, lo que fue su conversión. Habla de aquella vieja amiga, aquella enfermera no creyente. “Ella puso simplemente su mano sobre mi hombro, arrimó su frente sobre mi frente”. Era al mismo tiempo el signo de impotencia y la expresión silenciosa de su amistad. Un testimonio de amor. Aunque no le devolviera sus ojos, ya veía.

Este debe ser el gesto cristiano de cara al enfermo; acercarse a él, ponerle la mano sobre la herida, compartir su dolor, aliviarlo en lo posible…

Y a lo mejor descubrimos que en vez de darle nosotros a él, es él quien nos da a nosotros. Porque siempre es así: es más lo que recibimos que lo que damos.

P. Juan Jáuregui Castelo

CANTO

Unidos en ti JESUS CABELLO

Todos Juntos – (Brotes de Olivo)

Paz, Cuan Dulce Paz MARCOS WITT

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