CITA
S. Agustín: ¿No podía el Señor resucitar sin las cicatrices? Sin duda, pero sabía que en el corazón de sus discípulos quedaban heridas, que habrían de ser curadas por las cicatrices conservadas en su cuerpo.
S. Gregorio Magno: En efecto, aquel cuerpo del Señor que, cerradas las puertas, entró adonde estaban los discípulos, es exactamente el mismo cuerpo que, en el momento de su nacimiento, salió a los ojos de los hombres del seno sellado de la Virgen.
Benedicto XVI: “Bienaventurados los que no ven y creen”
Benedicto XVI: El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menor por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él
Papa Francisco: El Evangelio nos hace ver diversas reacciones: la del apóstol Tomás, la de María Magdalena y la de los dos discípulos de Emaús. Tomás pone una condición a la fe, pide tocar la evidencia, las llagas; María Magdalena llora, lo ve pero no le reconoce, se da cuenta de que es Jesús sólo cuando Él la llama por su nombre; los discípulos de Emaús, deprimidos y con sentimientos de fracaso, llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar por ese misterioso caminante. Cada uno por caminos distintos. Buscaban entre los los muertos al que vive y fue el Señor mismo quien corrigió la ruta. Y yo, ¿qué hago? ¿Qué ruta sigo para encontrar a Cristo vivo? Él estará siempre cerca de nosotros para corregir la ruta si nos equivocamos
CONTO
“La fidelidad se llama Canelo”
En el cementerio de San Javier, de Murcia, hay un perro que lleva diez años durmiendo y viviendo sobre la tumba de su amo.
El animal, si es que así puede llamársele, días después de la muerte de su amo, añorando su presencia, se encaminó él solo al cementerio, encontró, ¿quién le guiaba?, su tumba y sobre ella se sentó a esperar a la muerte. Durante muchos días no se movió de sobre su lápida, sin alejarse siquiera para buscar comida. Sólo más tarde, el viejo sepulturero se apiadó de él y sustituyó, en parte, el cariño del muerto. Pero Canelo nunca renunció a su fidelidad. Y allí sigue, recordando a un muerto cuyos parientes ya le han olvidado.
El amor del perrillo es la única flor que adorna esa tumba. Hasta el verdín ha borrado ya casi el nombre del muerto. En la memoria de Canelo no se ha borrado nada.
José Luis Martín Descalzo
CANTO
Vox Clamantis – Alleluia Tropus: Arvo Pärt
Paz a vosotros
Yo creo en tu resurrección HERMANA GLENDA